domingo, 11 de noviembre de 2012

.. autumn fall


Su tronco se quebró. Y lo hizo sólo porque quiso dejarse llevar, porque consideró oportuno que la ventisca le meciera, que los rayos del sol lo arrastraran hasta un mundo diferente. Dejó ceder su peso, doblarse sus ramas, caerse sus hojas. Y, en definitiva, se dejó morir. Ya los altos cauces de lágrimas a la deriva no podrían corromper sus raíces, ni tampoco las aves más traviesas lograrían arrancar sus frutos. A partir de entonces, sería él. Sólo él. Con sus astillas punzantes, su cuerpo envejecido y su expresión de finita sencillez. ¿A quién le importaba que su imagen manchara el puro color del cinismo que se hallaba a su alrededor? Nadie lo echaría en falta, nadie volvería a  preguntarse por él, nadie lo recordaría de nuevo, nadie llegaría nunca a valorar sus méritos. Porque, a partir de ese día, los nidos se cubrirían de escarcha, de nieve, de hielo. Y cada pequeño retoño abrazaría el calor de sus ramas, esperando encontrar en ellas el sustento jamás posible a sus alas viajeras. El rocío perforará la arena de su orilla cayendo desde lo más profundo de su sabia hacia la punta de su última hoja parda. Y gritará. Claro que gritará. Clamará su propio nombre a los cielos, y el firmamento le escuchará con tanta intensidad que no podrá evitar cubrirse los oídos y estremecerse con el eco del paso del tiempo.

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