viernes, 30 de noviembre de 2012

.. dead memories


Esta noche he soñado con ellas. De pronto, las hallaba en mi rutina, como si de alguna manera no hubieran dejado de estar ahí nunca. Yo las miraba, pero no decían nada. Mientras, ellas, murmuraban entre sí secretos que yo no alcanzaba a comprender. Yo caminaba, y ellas caminaban tras de mí, adaptándose sus pies a las huellas de los míos, cubriendo sus sombras la ausencia de luz de mi figura. Yo no encontraba el valor de volver la cabeza, de hacer como si nada hubiera sucedido realmente, de esbozar una sonrisa y empezar de nuevo. Y su presencia a mis espaldas me consumía lentamente. Ellas decían mi nombre, una y otra vez, deseosas de que nuestras miradas se encontraran. Para mí, su voz era como agujas clavándose en las venas. No eran del todo conscientes del dolor, del tiempo, de la distancia, de los caminos que cada una decidió tomar. Me seguían. Me siguieron por pasillos y escaleras, me incomodaron frente al espejo, limitaron mis bostezos y me arrebataron la energía. Cuando apenas tuve fuerzas de rechazarlas, caí de rodillas frente a ellas... Y lloré. Lloré como hacía años que no lloraba. Despacio, quemándome las lágrimas la piel de las mejillas. Al mismo tiempo ellas sonreían, y se miraban entre sí. Mi dolor creció. Me señalaban con el dedo, acusándome de perder lo que jamás volvería a recuperar. Y en mis pupilas encharcadas sólo se trazaba una idea. Yo no he hecho nada malo...

domingo, 11 de noviembre de 2012

.. autumn fall


Su tronco se quebró. Y lo hizo sólo porque quiso dejarse llevar, porque consideró oportuno que la ventisca le meciera, que los rayos del sol lo arrastraran hasta un mundo diferente. Dejó ceder su peso, doblarse sus ramas, caerse sus hojas. Y, en definitiva, se dejó morir. Ya los altos cauces de lágrimas a la deriva no podrían corromper sus raíces, ni tampoco las aves más traviesas lograrían arrancar sus frutos. A partir de entonces, sería él. Sólo él. Con sus astillas punzantes, su cuerpo envejecido y su expresión de finita sencillez. ¿A quién le importaba que su imagen manchara el puro color del cinismo que se hallaba a su alrededor? Nadie lo echaría en falta, nadie volvería a  preguntarse por él, nadie lo recordaría de nuevo, nadie llegaría nunca a valorar sus méritos. Porque, a partir de ese día, los nidos se cubrirían de escarcha, de nieve, de hielo. Y cada pequeño retoño abrazaría el calor de sus ramas, esperando encontrar en ellas el sustento jamás posible a sus alas viajeras. El rocío perforará la arena de su orilla cayendo desde lo más profundo de su sabia hacia la punta de su última hoja parda. Y gritará. Claro que gritará. Clamará su propio nombre a los cielos, y el firmamento le escuchará con tanta intensidad que no podrá evitar cubrirse los oídos y estremecerse con el eco del paso del tiempo.