jueves, 6 de junio de 2013

.. in deep waters


Sumergirnos. Eso es lo que los hombres hacemos. Porque necesitamos del dolor para sentirnos vivos, para saber que todavía hay algo en nuestro pecho que nos mantiene en pie. De manera automática avanzamos hasta los abismos en soledad, conscientes de que cada nuevo pensamiento es una nueva piedra lanzada a las  sienes con la furia de las entrañas. No somos capaces de aceptar. No soportamos la idea de no tener en nuestras manos una explicación, un por qué que nos convenza y con el que estemos satisfechos. Y, tras tenerlo, continuamos aún adentrándonos en las profundidades de esas emociones que nos ahogan, de esas pasiones que no nos permiten escapar, de esa ausencia de aire que no detiene nuestro ofuscado empeño en buscar el final de un principio que aún no ha tenido tiempo de comenzar. Sufrir nos hace sabios. Con el paso del tiempo. Cuando dejemos de ser estúpidos.

miércoles, 5 de junio de 2013

.. revenants


Aguardan. Esperan. Se mantienen en silencio hasta que el propio silencio los impulsa a aullar. Y sus gritos se expanden por el espacio, se cuelan por las paredes, penetran por cada grieta y arrasan con todo a su paso. Luego, silencio. El eco se encarga del resto, y devuelve al ser cada aliento forzado, tomando la forma de una sonrisa tensa y carente de su esencia. Las apariencias suben un peldaño. La seguridad desciende tres. Miradas ajenas que comprueban su diestra y se aseguran de su siniestra. Retinas anegadas en dolor que dejan cicatrices en la nuca, en ese punto donde muere la respiración. Sangre que fluye a través de las venas a la misma velocidad que lo hace un satélite que ha perdido el equilibrio de su órbita. Arañadas las encías, rasgada la piel de los labios, expuesta la mandíbula a su propio peso. Luego, silencio. Un sudor frío policromando las curvas de la espalda, los huecos entre los dedos de los pies, las arrugas de la frente. Golpes que provienen de ninguna parte, que se dirigen hacia ninguna parte, que nacen y desaparecen en la espesa niebla del pasado. Remolinos que acallan el clamor del paso de los días. Telas que quedan enganchadas en las baldosas del suelo, y se rasgan, y se dejan caer, y se pierden. Rostros sin rostro que observan desde las sombras, que te hacen caer sólo por el gusto de que vuelvas a levantarte y poderte hacer caer de nuevo. Una risa que repite un nombre, apenas audible, apenas reconocible, acaso sentido. Noches largas, días largos. Luego, silencio. Y el latido del corazón se queda en suspensión unos instantes. Después, nada. Absolutamente nada.