El vuelo acelerado de miles de mariposas que se apresuran a coger el mejor sitio en el interior de la garganta, al abrigo de las inquietas respiraciones que impiden al tiempo pensar en el sino que le aguarda a cada nuevo paso. Susurros atrapados bajo cada clavícula, enredados en la médula espinal, trenzados a cada costilla, anudados al corazón, que resuenan en la boca del estómago como fuertes punzadas con forma de afilado cristal. Un bostezo que cede a la gravedad, un parpadeo que se deja llevar por la pesadez del cuerpo, un temblor que deja de vibrar para detenerse a cada fragmento y dividirse en cientos de reflejos.
Hace 2 años
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