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Reconocerte por la forma que tienes de caminar, por el ángulo que forman tus piernas con el suelo que recorren tus pies, por la distancia que existe desde un paso hasta el siguiente. Saludarte desde lejos, clavando la mirada en tu espalda, que se da por aludida y se vuelve despacio. Entrelazar mi sonrisa con la tuya, y contemplarte así, de frente, cara a cara, y cada uno de los detalles que te hacen tuya: tus rizos de azabache, ese pequeño lunar en el hombro derecho, el colgante que nunca que te quitas, tu camiseta favorita, aquel tatuaje que decora tu ombligo, e incluso el botón de ese vaquero que pretendes hacerme creer que olvidaste abrochar.