Duele. Duele porque tiene que doler. Porque no sería bueno que no doliera. Duele porque todo quedó atrás, porque en lo ya perdido difícilmente encontramos valor de recuperar, aunque de alguna manera jamás nos permitamos olvidar. Duele porque siempre creímos que merecíamos algo mejor, que no nos deberían corresponder las circunstancias hacia las que inevitablemente nos precipitamos. Duele porque jamás fue justo, porque jamás fue más que nada. Duele porque prometimos disfrutar en los buenos momentos y sufrir de la mano en las adversidades. Porque la distancia endureció nuestros corazones. Duele porque el silencio dejó de ser prisión para convertirse en trampa mortal. Duele. Me duele. Y duele que eso, en realidad, sea lo de menos.
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